martes, 6 de octubre de 2009

UN LICUADO CON HISTORIA

Arranco con mi nuevo blog.

Sí, aunque no lo crean, después de tan poco...vengo con menos!

Los dejo con mi primer “Relato de Ratos”:

UN LICUADO CON HISTORIA


Corro a la cocina desesperado por un licuado. Por uno de esos licuados que me hago todas las mañanas y por el cual muchos me juzgan de enfermo mental. La verdad, no veo nada de raro en un licuado con leche, banana, azúcar, avena y huevo.

Pero bueno, no estoy escribiendo para contarles de mi licuado, sino de la sensación que tuve hoy al hacerlo.

A lo primero que apunto cuando voy por un licuado, es a la licuadora. Me fijo que este en perfectas condiciones, reluciente y de buen humor. Allí estaba...impecable.

Segundo: voy por la leche. Lleno la licuadora “a gusto” hasta llegar a los 300ml que marca el recipiente. Sí, si es ilógico, pero lo mejor de eso es creerse que uno lo esta haciendo a ojo...dice: “a veeer (mira de reojo las medidas del recipiente y cuando ve que esta por llegar a los 300, tira: “un poquito más y ahí, sí, ahí esta perfecto!” y sonríe como si alguien lo estuviese grabando). -Que quedé claro que redacté en tercera persona para no sentirme tan solo en mi pelotudes.-

Pero bueno, lo importante sucede en el tercer paso, donde cambia la historia...

donde se presenta LA BANANA.


Mientras mi mente vagaba por la senda de la nada,

mi mano, ni lerda ni perezosa,

ya tomaba por sorpresa a una banana despreocupada.


Mi mente atiende lo que sucede y ZAS!: La banana era grande, amarillo patito, nada marroncito ni nada verdecito, todo amarillita. De bajo de ella habían más bananas, más pequeñas pero de similar belleza.

Sentía el griterío de las otras bananas, que al ver como se alejaba la grandota, se ponían a llorar.

Ahí fue cuando me empecé a sentir la banana. Pura catarsis.

Era el asesino y el victima, era una sensación increíble de éxtasis: MATAR, QUE TE MATEN. Esa adrenalina macabra y excitante.

Había un juego claro en mí, y quería jugarlo: Agustín: el asesino. La Banana: la victima.

Tome la banana y con una frialdad imponente la desgaje sonriendo al mejor estilo el guasón. Luego la miré y dije: “maldita sea, ERES UN MACHO!” (al ver el piquito negro que llevan abajo las bananas).

Con un placer inmenso se lo arranque de cuajo y lo tiré al tacho junto con su uniforme.

Por dentro sentí la sensación de la banana, desnuda: siendo humillada ante esas señoritas bananas que miraban destruidas desde la canasta.

Arrastre a la banana por los aires, y pase pausadamente por enfrente de las jovencitas bananitas, para que la vieran humillada a la grandota...

Para que vayan sabiendo lo que les podía pasar.

“Amadas, moriré amándolas... amándolas a todas! ... Juliana, Lorenza, Estefania, mis bananas queridas, no me recuerden así”


La lagrima de la banana fue arrastrada por una brisa, que la llevo a caer sobre la canasta, regando así, en forma de rocío, a las bananas solteronas.


Empecé por abajo, le partí un pedazo, y después otro y otro pedazo, y así hasta llegar al tronco y su cabeza. La miré fijo y le murmuré: “no hay último deseo para ti, bananota”.

No termine de decir “bananota” que ya la había degollado y dejado caer su cabeza a la licuadora.

Disfrute unos segundos viendo como quedaba su cara bajo la leche, dejándola sin siquiera respirar.


“¿Qué hice yo para merecer esto? Sí siempre fui una banana sanita...sanita”

Por dentro me carcomía la idea de que se encienda lo antes posible la licuadora, me estaba ahogando en leche, sin sentir mi cuerpo, deseaba que terminase la historia.-


Sabía que la banana vivía. Lo tenía claro, me sentía ella.

Me acerque a la heladera lentamente. Lentamente saque un huevo, lentamente lo rompí y lentamente se lo tiré en la cabeza a la banana. Me reí, y me deleite con el ridículo que estaba pasando...ella, la banana, claro!.

“No llegue a recibirme pero ahora se lo que se siente un huevazo en la cabeza!,.. que se prenda la licuadora, que se prenda ya!... que me corte en pedacitos, que ya no puedo más-.”

Lentamente abrí la alacena, lentamente abrí la azucarera, lentamente le eche azúcar a la licuadora... rebosando bien lentamente lo que quedaba de la cabeza de la banana y más lentamente termine de decorar la mezcla ancestral. Todo lo hacía lentamente, sonriendo, sabiendo que ella no podía más.

Y llegó.

Era el momento clave.

Tapé la jarra de la licuadora y...

“prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr”. Licuadora: licuando.


“aaaaaaaaadiooooos mundo bananero!!”

Mareado sentí el golpe de la cuchilla cortándome, empezaba a desaparecer. “y no deje descendencia, que mierda!...ni siquiera la puse”.

Se desintegraba el Don Juan entre avena, huevo, leche y azúcar, ante la mirada atónita de sus bananas.

Tomé la jarra, me serví y entonces tomé el licuado, lo ingerí con el mayor de los placeres. Jamás estuvo tan rico, tan sabroso.

Fueron dos vasos y medio de pura felicidad, de miradas contentas y soberbias a las bananas viudas que con muecas espectadoras, me despreciaban tanto como deseaban ser también ingeridas por mí.

El licuado fue extraordinariamente placentero, mate envuelto en alegría y morí cubierto en mi dolor...Ridículo...

como yo.




Al momento de sacarme la foto,
mi hermana me dijo: “Agustín, ¿no estas un poco grande para eso?”
Le conteste con la misma soberbia con la que mire a las bananas: “Perdón Belu, no sabía que había pasado la edad de ponerme una cáscara de banana en la cabeza!”


Me fui como si mi locura fuese de ella.

3 comentarios:

cheCa dijo...

Enhorabuena!!!
Me ha encantado este blog (al igual q' BUBON BARDO, jejeje), sigue haciéndonos partícipes de tu sentir.

María Macarena dijo...

jajajajajaja me causó mucha gracia.

DELIA dijo...

buenísimo.... convidá